Estaba previsto algo así en uno de esos mapas donde los generales escenifican la guerra que tienen entre manos: dos hombres aplicándose en sus virtudes y tratando de encapotar sus debilidades, colocándose allá donde podían hacer daño y defendiéndose allá donde le sangraban sus heridas. Eran dos estrategas, Peio Etxeberria y Unai Laso exhibiéndose como estrategas. Peio, por ejemplo, salió con el saque en su mano y la decisión de vaciarse en cada pelotazo, de entregarse con su poderosa izquieda para paralizar al enemigo; Unai, dispuesto a sujetar a ese purasangre salvaje, consciente de que llegaría su hora. Que llegó. Mientras tanto, el campo de batalla, el Frontón Bizkaia lucía enfundado en rojiblanco, en txuri-urdin. Con un derbi a la vuelta de la esquina, el espíritu del Athletic y la Real hicieron acto de presencia en las camisetas de muchos de los presentes. De tantos, que el rojo navarro, pese a la procedencia de los dos pelotaris, casi pasaba desapercibido en la paleta de colores de la final del Cuatro y Medio.
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