Deia. Vacío. Todo piel y hueso. Erik Jaka se destripó en el frontón Beotibar de Tolosa con un grito ignoto en mitad de una tormenta. El aliento se le escapó como arena entre los dedos. Solo quedaba su alma en un envoltorio agrietado por la tensión, por las circunstancias, por los errores, por la incomodidad. La cama del faquir. El espíritu del delantero de Lizartza fue un junco al viento, que se mueve, se dobla, pero jamás se rompe.
Jaka se vacía en la tormenta
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